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Un personaje en la noticia
Born, el empresario poderoso que se asoció a su secuestrador
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siguiente Jueves 20 de agosto de 1998
Publicado en edición impresa
Además de portar un apellido mítico en la economía argentina, Jorge Born, ahora reaparecido ante la consideración del gran público merced a su vinculación con los vericuetos de los sorteos benéficos prohijados por Susana Giménez, tiene el destino manifiesto de atraer la atención cada tanto.
Como en esta oportunidad el asunto está bastante privado de dramatismo, cabe creer que, en efecto, las cosas han cambiado para todos en la Argentina y también para este empresario de 63 años.
Pero al igual que en otras ocasiones, el tema central es el dinero, los modos en que se lo puede administrar, acrecentar, compartir o no: según se ve, el sino empresarial no lo abandona nunca.
Bunge y Born -firma clásica si las hay y no menos clásica entente cordiale entre ambas importantes familias y la de Hirsch- remonta su existencia a 1884; mucha agua ha corrido desde entonces e incontables son las actividades, negocios e inversiones que realizó en nuestro país y en el extranjero.
Admirada, temida, envidiada, la empresa era un símbolo de la Argentina de las vacas gordas y quizá de algunas de sus fallas.
Secuestro familiar
Pero el 19 de septiembre de 1974, el símbolo se tornó realidad enconada: un grupo montonero cercó un auto en Olivos y mató a dos de sus ocupantes; los otros dos fueron secuestrados. Se trataba de Jorge Born y de su hermano, Juan; aquél director y éste gerente de la empresa, e hijos de quien entonces era su presidente.
Tras un silencio que se prolongó por nueve meses, en los diarios apareció una solicitada en la que la Fundación Bunge y Born daba cuenta de la entrega "a diversos sectores populares, en todo el territorio del país, de mercaderías por un monto de 36.000.000 de pesos".
Por último, el 20 de junio de 1975, se supo que Jorge había sido liberado, en tanto que su hermano estaba ya libre desde hacía un par de meses.
Esta historia dolorosa tuvo su continuación en los juicios a las cúpulas de las organizaciones subversivas que durante la presidencia de Alfonsín enfrentaron Mario Eduardo Firmenich y varios de sus complices.
Se conoció, por ejemplo, la suma pagada por el rescate de los hermanos Born: 60 millones de pesos, cifra imposible de traducir a valores actuales, pero sin duda muy considerable, al punto de haberse afirmado, en aquellos días, que era "el botín más grande nunca obtenido mediante un delito de ese tipo".
Jorge Born vivió luego unos años en Brasil y fue más tarde presidente de la famosa compañía; como tal, tenía natural proximidad con gente del Gobierno y también con los variados postulantes a ocuparlo que recaudaban aportes financieros para sus campañas electorales. Pero un día se descubrió que esa cercanía, con respecto a uno de esos postulantes, había sido mucho mayor de lo imaginado: al día siguiente de que un riojano concretara en las urnas su aspiración a hacerse cargo de la presidencia, al lado suyo estaba el empresario.
El "plan BB"
De buenas a primeras, Menem resultó ser un acérrimo liberal cuya desconfianza hacia todo tipo de estatismo lo impulsaba a confiar el manejo de las cuentas a un hombre forjado en una empresa. ¿En qué empresa? Pues, en la mejor, en la más grande, es decir en Bunge y Born.
Fue el llamado "plan BB" y se encargó de ponerlo en práctica el vicepresidente ejecutivo, Miguel Roig, trocado inopinadamente en ministro de Economía. La fatalidad quiso que sólo durara días en esas funciones, pero lo reemplazó su sucesor en la empresa: Néstor Rapanelli.
Las cosas no fueron bien y el postrer ramalazo inflacionario de 1990 convirtió el plan BB en trasto viejo, pero con todo fue ése el primer atisbo del espectacular cambio económico registrado posteriormente.
La vida de cada uno
Jorge Born no renegó de su afinidad con el presidente Carlos Menem y cuando éste dejó traslucir que consideraba una política de olvido del pasado terrible se pronunció fervorosamente en favor de una amnistía amplia que abarcase a subversivos y a represores, a los comandantes y a quienes habían desencadenado el terror. De sobra tenía autoridad para hacerlo, nacida de su propio cautiverio.
Después, su amplitud de espíritu se extendió hasta la reconciliación con un montonero prominente -demasiado para el gusto de muchos-, Rodolfo Galimberti, su socio en Hard Comunication, aunque prudentemente se abstuvo de mostrarlo ayer ante las cámaras.
Cuando se difundió la noticia de esa increíble amistad surgieron, sí, dudas, reproches sordos, presunciones de inestabilidad emocional y hasta sospechas de connivencia.
Pero era su vida y hacía lo que quería con ella. Al fin y al cabo, las decisiones que envuelven sentimientos son siempre enigmáticas.
Fernando Sánchez Zinny
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