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Entrevista / Carlos Avila
El sueño de lo posible
Con el fútbol, se convirtió en uno de los empresarios más poderosos de la Argentina. De pasado muy humilde, creó un imperio en los medios, pero afirma que el establishment aún no lo acepta del todo porque no tiene tradición
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siguiente Domingo 30 de setiembre de 2007
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Avila, en el living de su departamento, ubicado frente a los bosques de Palermo
Carlos Avila, al que de chico llamaban Cacho y luego El Negro, es considerado “el dueño del fútbol”. Exitoso empresario de medios, creador de Torneos y Competencias –empresa líder en producción y difusión de contenidos vinculados con el deporte– y de un programa insignia, Fútbol de primera, es el hombre que transformó la carencia en abundancia y que hizo realidad la fantasía “de cadete a campeón”. Pasó de ocuparse minuciosamente de las “relaciones institucionales” entre su madre –empleada doméstica– y sus patrones –lo que para él se traduce en que “trabajaba para que me quisieran”– a manejar varias empresas de medios. Hoy es uno de los personajes poderosos de la Argentina.
A pesar de su abultada columna del “haber”, siente que el establishment aún no lo acepta del todo. Pero es una lucha que no emprende, porque sabe que la va a perder. Avila no pelea por sueños imposibles. Sueña con lo posible.
Este hombre, que dormía en el cuarto de servicio de una casa de Villa Devoto, hoy vive en un magnífico departamento frente a los bosques de Palermo. El mismo que sentía “que no pertenecía”, porque no iba de vacaciones a Mar del Plata con los hijos de “los señores” hoy viaja cuando quiere a sus departamentos de París, Nueva York o Miami.
Nos estaba esperando en el sexto piso de un edificio inteligente hipermoderno, diseñado por Rafael Vignoli, desde cuyos ventanales en los días despejados se ve el Río de la Plata. Es un lugar donde cada mueble está cuidadosamente estudiado, donde cada cuadro está en el lugar indicado. Antes de comenzar la entrevista formalmente, antes de que la empleada trajera la bandeja con café y bebidas light; antes que nada, surgió el tema del alejamiento de sus negocios en los medios: “Yo me retiré de Torneos en octubre del año pasado. Dije «hasta mañana». Me tomé un pequeño tiempo para volver a estar en acción. De todos modos, ya en ese momento estaba empezando con el canal de golf, una señal de 24 horas, regional, por el sistema de Direct TV; son socios míos. Además, tengo una revista de golf que está andando muy bien”.
Carlos Avila está acostumbrado a hablar de sí mismo en los términos que él impone, y cuando empieza a explicar algo acerca de su trabajo no permite interrupciones, y sigue como en un soliloquio.
–Me desvinculé totalmente de Torneos. Y comencé a analizar lo que estaba pasando con los otros negocios que tenía: América, La Red, Ambito Financiero, la señal de noticias. Es decir, me puse a analizar dónde estaba parado. Había tres grupos de accionistas y no teníamos un objetivo en común. Francisco de Narváez está lanzado totalmente a la política y Vila y Manzano están volcados a negocios de energía, a todos los cuales los medios les sirven para llegar al poder. Ese no era mi objetivo. Un día le planteé a Francisco que no podíamos, tres capitanes, manejar un barco.
Saluda al fotógrafo, que instala las luces; le ofrece algo para tomar y sigue: “Como un accionista pasivo no me sentía cómodo”.
El Negro Avila, como le dicen algunos, tiene 65 años, nació en Paraguay, y su aspecto es el de una persona que cuida mucho su físico y su ropa. Es tan coqueto que le cuesta confesar su edad. Usa una ancha alianza de oro blanco, un imponente reloj y una pulsera de pelo de elefante con cierre de oro blanco.
Nos instalamos en unos inmensos sillones blancos frente a un ventanal que más parece una pintura que un paisaje natural. En las paredes, firmas importantes como Xul Solar, Aisemberg, Seguí, Figari, Cinalli, Prior, Gurvich, Soldi…
–Estos años de mi vida hice de todo.
Esta es la conclusión a la que quiere llegar antes de permitir preguntas. Fue cadete, empleado en agencias de publicidad, armó la productora de deportes más importante de América latina, compró dos canales de televisión (tuvo Canal 9, que luego vendió, y adquirió América).
–Ahora estoy con otro nuevo emprendimiento: he comprado una compañía de aviación, Aerovip, una compañía pequeña. Tengo el 80% del paquete accionario y el otro 20% lo mantiene Sebastián Agote, que era el dueño de la compañía. Son aviones jet; tenemos rutas a Córdoba, a Mar del Plata.
–Todo lo que usted relata acerca de sus negocios habla de una parte de su vida, de la más visible. Pero sería interesante que reflexionáramos acerca de sentimientos, ya que hace terapia dos veces por semana, doble turno.
–[Se ríe] Esta mañana fui. Voy los lunes desde las ocho y media de la mañana hasta las diez, y los miércoles, de 19.30 a 21.
–No es difícil conversar con alguien que se ha analizado y se analiza, porque se supone que es una persona acostumbrada a exponer los conflictos de su vida.
–A mí me costó mucho creer en mí. Porque siempre pensé que los resultados eficientes de las cosas que yo hacía se debían al lugar donde yo estaba trabajando y a la empresa para la que yo trabajaba.
–Usted creía que estaba en el lugar indicado, y que el resto era fruto de la suerte.
–Exacto. Te cuento: en un momento de mi vida en que sabía que no tenía problemas económicos, estaba bien y, sin embargo, cuando aparecían en La Nacion, por ejemplo, avisos pidiendo gerentes, yo enviaba mi currículum con otro nombre, con todos mis antecedentes adaptados por si, eventualmente, en una situación de crisis, podía recomenzar. Me convocaban; obviamente, no iba. Era cuestión de probarme que yo era capaz.
–Tenía la autoestima baja.
–Baja. Exactamente. Pero esto fue durante muchísimos años.
–¿Cómo era su familia de origen? ¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
–Yo vengo de una familia sin papá. Recuerdo un momento en Paraguay cuando, en un día de mucho frío, yo caminaba de la mano de mi mamá, saliendo de una casa muy humilde. Ese es mi primer recuerdo: yo nací ahí, en ese momento. Luego, recuerdo el momento en que llegué a la Argentina, a la estación de Chacarita, en el tren.
–Dicen que la autoestima se construye con la mirada de los padres y, en especial para un varón, con la mirada del papá.
–No tuve papá. No tenía referencia.
En los años 50, su madre trabajaba como empleada doméstica en Villa Devoto, en la casa de la familia Lanusse, donde “el señor” era un veterinario muy importante y criador de caballos. Cuenta que vivía con ellos. Y aclara:
–Los chicos iban al Devoto School y yo iba al Antonio Devoto. El momento en que yo empezaba a sentir la diferencia era en el verano. Todos los chicos que nos rodeaban iban a Mar del Plata, y yo me quedaba con mi mamá en Devoto.
La última casa en la que su madre trabajó fue la de la familia Gentile, un abogado muy conocido. Todo funcionaba aparentemente bien hasta que llegaban las fiestas de quince y los asados, a los cuales “yo no iba”. Ahí empezó a darse cuenta de que no pertenecía a ese mundo. Y Carlos Avila se inventó una vida paralela.
–Me fui a un colegio en Flores y allí era Carlos Avila, cuya familia tenía una casa en Devoto, y ahí en Flores pude armar mi vida: iba a las fiestas de 15 de mis compañeros.
–Y mentía acerca de su mamá. Se inventaba una familia.
–Sí, por supuesto. Decía que mi mamá era viuda. Hasta que un día pasó lo siguiente: un amigo llama a mi casa (no sé cómo consiguió el teléfono) y dice: “Hola, ¿la familia Avila?”. “No, familia Gentile”, dijo quien atendió. Preguntó por Cacho; entonces, yo atendí y no recuerdo qué inventé. Así me fui armando una vida. Y no fueron humillaciones, sino cosas que me marcaron. Yo soñaba con la casita alquilada. Que mi mamá y yo tuviéramos algo… Porque yo ya era bastante grande, y laburábamos los dos. Yo manejaba la parte institucional de la relación madre-hijo, y mi vieja laburaba.
–¿En qué sentido “la relación institucional”?
–En el de que nos quisieran mucho.
–Usted trabajaba para ser querido.
–Exactamente. Y que mi vieja fuera respetada.
–¿Dormían juntos?
–Sí, en el mismo cuarto. Claro, eran otras épocas. No es como el servicio doméstico ahora.
Se le ocurre un comentario en medio de los recuerdos:
–Yo, de chico, era Cachito. Más adelante fui el Negro Avila. Ahora soy Carlos Avila.
–¿Su mamá lo vio exitoso?
–Sí. Mi vieja falleció hace trece años, el día de mi cumpleaños, en el Instituto del Diagnóstico, atendida por los mejores especialistas: murió como una reina. Y el día en que falleció fue como el mejor regalo de cumpleaños, no porque haya fallecido, sino porque tuve la enorme satisfacción de que, en sus últimos años, mi mamá haya vivido como una reina.
–¿En qué momento Cachito pensó en el dinero, en imaginarse con un millón de dólares?
–Una vez, en Monitor, la empresa de vía pública, hablábamos de tener un millón de dólares. Y bien, alguna vez llegó. Pero aprendí que no es cuestión de tener un millón, dos, tres o cuatro, sino de sentir que uno tiene la capacidad de generar el ingreso suficiente para poder vivir.
–¿En qué momento se sintió poderoso? Me refiero a esos momentos en que se abren algunas puertas y alguien que no lo saludaba de pronto lo hace.
–Cuando tuve la sensación de que podía manejar muchas cosas fue con el famoso corralito, cuando la gente salía con las ollas. Yo, estando en Punta del Este, creo, hablaba con la gente del noticiero y les decía: “Andá acá”, “andá allá”, “movete de tal o cual manera”. Sentía que podía manejar una situación. Pero yo creo que el poder también se construye a partir del respeto, y se traduce en que levantás el teléfono y la gente te atiende.
–Hoy lo atienden todos.
–Sí… Mirá, yo no me siento poderoso; nunca me sentí así. El que me definió bien el poder fue Julio Ramos. Estábamos negociando la compra del diario. Julio me vendió tres veces el diario: una vez para el CEI. Estaban Moneta y todos esos, que finalmente decidieron no comprarlo. La segunda vez me lo vendió a mí: le compré el 20%. Y la tercera me lo vendió para Antonio Matta. Pero no hubo tiempo, porque se murió antes.
–Ramos le dio una definición de poder.
–Claro. Estábamos una mañana en el Caesar Park, charlando Matta, Julio y yo. Antonio le preguntó a Julio qué iba a hacer con el diario y Julio le dijo: “Usted no sabe lo que es el poder. Poner el título, que lo llamen por teléfono y que le pidan por favor que modifique o saque una nota. Lo que yo más lamento de esto es que no voy a tener más poder”.
–¿A usted lo han llamado para cambiar una nota?
–A mí también me han llamado. Pasó, por ejemplo, en La Red: Nelson Castro hacía un editorial sobre determinada persona y te llamaba algún secretario del gobierno.
–¿Por ejemplo, quién?
–El tema concreto fue con la pesquera. Nelson estaba haciendo una investigación sobre eso, y me llegó un mensaje de Alberto Fernández: que paráramos todo porque realmente era muy complicado. Y hablar con Nelson era muy difícil, porque es un hombre que tiene una gran conducta. Cuando el celular te suena, no siempre el poder es agradable.
–¿Es mejor no tenerlo?
–[Duda] No. Es saber tener los canales necesarios como para que el llamado que te molesta no te llegue a vos.
–A diferencia de otros poderosos, a usted le gusta la aparición pública.
–En este negocio yo no tengo tradición. Vos tomás un Mitre, y tiene tradición. A Blaquier tampoco le conocen la cara, pero tiene tradición. El establishment sabe quién es Mitre, quién es Blaquier, y otros personajes. Lo mío es más popular. Yo salgo a la calle y la calle me dice: “¡Vamos, Negro!”, “¡Hola Carlos!”
–¿Ser popular le sirvió para los negocios?
–Y... si mañana, en alguna empresa mía, tengo un conflicto enorme con un gremio, yo lo arreglo con el gremio: me voy a sentar con el gremialista, porque puedo hablar con él en el mismo idioma. Tengo otra sensibilidad.
–¿Cuánto dependieron sus negocios de su relación con los gobiernos?
–Mis programas decían: “Una idea de Carlos Avila”. Esto no era por una cuestión de vanidad. Yo tenía que vender al anunciante. Pero a Julio Grondona no le debo nada. Hemos trabajado juntos durante 25 años: él no me debe nada a mí ni yo a él.
–¿De quién fue la idea de televisar el fútbol de esa manera?
–Mía.
El referente de Carlos Avila es Mark McCormack, el fundador de International Management Group [IMG], la empresa más grande del mundo dedicada a la representación de jugadores, artistas, venta y creación de derechos y demás. Esta compañía, por ejemplo, maneja a Tiger Woods y los torneos de tenis de Wimbledon y de Key Biscayne. En él se inspiró para crear Torneos y Competencias, con un crédito de 50.000 dólares que le dieron en 1983 para amar un programa de televisión.
–Hablemos de sus distintos socios.
–Tuve a Eurnekian, a Clarín, a Manzano, a De Narváez, a Moneta, a News Golf con el canal de golf, y con Hadad fuimos socios en la revista.
–En algún momento confesó que había padecido una depresión.
–Yo no sabía que estaba deprimido. Me enteré después: hablando y hablando con el analista, descubrí que había vivido una etapa de depresión importante. La debacle del país entre 2000 y 2004 o 2005 me pegó muy fuerte. En ese caso no pude manejar lo inmanejable, que era la política de gobierno. Estaba en la lona, ésa es la verdad. Afortunadamente, pude salir.
Avila afirma que juega al golf sólo por placer y no para hacer negocios, aunque admite que es un lugar en el que “gente conocés; el golf tiene eso: te arrima, te abre puertas”. Se confiesa “pilchero” y cuenta que hace gimnasia todos los días.
–¿Es un hombre feliz, o le está costando?
–Soy una persona difícil consigo misma.
–¿Es fácil ser rico en la Argentina?
–Es que yo no sé si soy rico. Sé que no tengo problemas a fin de mes: vivo bien.
–¿Cómo ve la situación política?
–[Lo piensa con cuidado] No la veo fácil, porque realmente no hay opciones para decidir. Las elecciones nacionales las va a ganar seguramente la señora Cristina de Kirchner.
–¿Va a votar por Cristina?
–Seguramente. Pero no porque sea kirchnerista.
–¿Hay personajes a los que envidia, como a Carlos Slim, por ejemplo?
–No. Yo no envidio a Slim ni a Bill Gates.
–¿Ni a Mitre ni a Blaquier?
–Tampoco. Yo no sueño con lo inviable: sueño cosas viables.
Por Any Ventura
revista@lanacion.com.ar
Fotos: Daniel Pessah y archivo
La familia
Tiene tres hijos de su primer matrimonio, con Cristina: Pablo, Juan Cruz y Celeste, y cuatro nietas, Malena (7), Agustina (4), Josefina (3) y Azul (2). Como hijo único, le interesó siempre que la relación entre sus hijos se afianzara. Suelen ir a comer todos juntos: sus nueras, sus yernos y su ex mujer con su pareja. Hace ocho años se casó con Inés, su segunda mujer, quince años menor que él
lunes, 30 de julio de 2007
AEROVIP, LOS TESTAFERROS DE BUNGE & BORN CARLOS AVILA Y SEBASTIAN AGOTE
PLUNA, LEADGATE, NUEVO ORDEN MUNDIAL
AEROVIP,
BORN,
BUNGE,
carlos avila,
DEMALDE HIRSCH,
LEADGATE,
PLUNA,
SEBASTIAN AGOTE
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